viernes, 3 de octubre de 2008

CRÍMENES MAX HAINES

La suerte está de su parte
La persistencia de una mamá preocupada rindió fruto al final

Henri Legault casi quedó impune por un asesinato. Lo habría logrado si no fuera por su mala suerte y una persistente pequeña dama francocanadiense: Laurette Perrault.
Henri nació en Trois Rivieres, Canadá. En 1927 pasó un breve período en un seminario, donde estudió para convertirse en sacerdote católico romano. Evidentemente, él prefirió una vida dedicada al crimen que la profesión eclesiástica. Henri dejó el seminario a la edad de 19 años, y rápidamente lo pillaron tratando de vender objetos robados. Pasó dos años tras las rejas por esa pequeña travesura. Apenas salió en libertad, robó un auto y fue regresado a prisión por otros dos años. Su prontuario es demasiado largo para describirlo aquí. Baste decir que pasó la mayor parte de su vida en prisión. En agosto de 1955, después de cumplir una sentencia de 10 años por robo a mano armada, Henri se fue a vivir con una viuda, la señora Eddie La Roche, quien venía con 10 niños y todo. Dejemos a Henri por un momento con su familia instantánea. El 23 de enero de 1958, Jean-Claude Perrault, un joven desempleado de 21 años, oriundo de Montreal, se dispuso a conversar con su madre, Laurette. Jean-Claude le explicó que había respondido a un aviso publicado en La Presse y había sido contratado por un tal M. Dennis. El trabajo consistía en entregar contratos en Canadá para el gobierno estadounidense. Para ello usaría su auto Pontiac de 1957. Lo único malo del trabajo era que debía pasar mucho tiempo lejos de casa. A Laurette le complació que su hijo hubiera encontrado empleo, pero se entristeció al enterarse de que pasaría tanto tiempo fuera de casa. Los Perrault conformaban una familia muy estrechamente unida. El hijo y la hija mayores de Laurette estaban casados y vivían fuera de casa, pero la visitaban con frecuencia. Jean-Claude y su hermana menor, Micheline, vivían con ella. Claire Roy también vivía con los Perrault. Se suponía que ella y Jean-Claude se casarían algún día. Laurette le hizo prometer a su hijo menor que la llamaría todos los días y le escribiría todas las semanas, pero él nunca lo hizo. No se debió a que fuera un irresponsable. Tenía un motivo mucho mejor. Estaba muerto. Dado que Jean-Claude no llamaba a su madre, ella rápidamente fue a la policía y lo reportó como desaparecido. Pero ningún crimen se había cometido. La policía mareó un poco a Laurette. Ella sentía una gran angustia. Su hijo no era la clase de muchacho que olvidaría llamar a su madre. Intentó averiguar quién había publicado el anuncio en La Presse, pero le dijeron que esa era información confidencial. Pasaron dos semanas antes de que la providencia se hiciera sentir. La novia de Jean-Claude, Claire Roy, estaba en un taxi en el tráfico de Montreal cuando divisó el Pontiac 1957 del joven. Saltó del taxi, abrió la puerta delantera del Pontiac y preguntó: "¿No pertenece este auto a Jean-Claude Perrault?". El conductor aceleró. Claire regresó al taxi y siguió el auto de su novio hasta que se detuvo. El conductor entró en un edificio. La chica llamó la atención de un policía que pasaba por allí. Rápidamente le contó su historia. Cuando regresó el conductor del auto, el agente le pidió su identificación. El hombre le mostró documentos que indicaban que era Hector Poirier. Cuando le pidió que lo acompañara a la estación de policía, Poirier se lanzó a la carrera a través del estacionamiento. Después de una breve persecución y un tiro de advertencia al aire, el hombre se entregó.En la estación de policía, Poirier mostró a los agentes una carta aparentemente escrita por Jean-Claude Perrault. La carta indicaba que Jean-Claude le había vendido el Pontiac por 1.000 dólares. Poirier explicó que él había respondido al mismo aviso en La Presse, pero que no había conseguido el empleo. Cuando Jean-Claude, el candidato que tuvo éxito, supo que le asignarían un auto, le vendió su Pontiac. Entonces, ¿por qué huyó del oficial de policía? Le había prometido a su concubina, Madame La Roche, que se mantendría alejado de problemas con la policía. Había corrido por miedo a la viuda, no a la policía. Las autoridades dejaron que Poirier se marchara. Ni Claire ni Laurette quedaron satisfechas. En la estación de policía, Claire se las había ingeniado para anotar la dirección de Poirier: 1207 Rue St. Thomas, en Ville Jacques Cartier, en los alrededores de Montreal. Ella y su sobrino Normand corrieron al sitio. Poirier estaba mudándose. Esperaron hasta que él, Madame La Roche y su hijo metieran varias cajas en el auto. Luego los siguieron hasta que el hombre advirtió la movida. Bruscamente se detuvo y se acercó a ellos. La angustiada madre de un joven desaparecido no se anduvo con rodeos. Quería conocer el paradero de su hijo. También quería saber por qué Poirier estaba conduciendo el auto de su hijo. Poirier le contó la misma historia que había relatado en la estación de policía. Agregó que Dennis era un hombre corpulento que pesaba más de 90 kilos y medía cerca de 1,80 metros. Su reunión había tenido lugar en un centro comercial, pero prometió llamar a Laurette si Dennis establecía contacto con él. Durante las dos siguientes semanas, Laurette le importunaría para que le diera más información sobre el misterioso M. Dennis -cualquier cosa que la ayudara a encontrar a su hijo. La providencia ayudó a Laurette por segunda ocasión. Su yerno Marcel había mandado a lavar su auto cuando entabló una conversación casual con Yves Bacon, el encargado del autolavado. Yves mencionó de pasada que había respondido al mismo aviso de La Presse que había visto Jean-Claude. Marcel alzó las orejas. Aquí había alguien más, a parte de Poirier, que había visto a Dennis. Yves describió a Dennis como un hombre bajo y delgado con bigote y anteojos con montura de carey. Marcel no podía creer lo que escuchaba. Era una descripción perfecta de Hector Poirier. La información resultó sumamente interesante para la familia Perrault, pero no ayudaba en nada a localizar a Jean-Claude. La respuesta sobre el paradero de Jean Claude se conoció trágicamente en marzo, cuando Leon Decarie, un carpintero, se tropezó con el cuerpo, sin cabeza ni brazos, del desdichado muchacho. Pese a estar en esas condiciones, Laurette no tuvo problemas para identificar a su hijo. Finalmente la policía tomó en serio a la insistente madre. Le mostraron fotografías en un esfuerzo porque identificara al hombre que ella conocía como Hector Poirier. De inmediato seleccionó una. El verdadero nombre de Poirier era Henri Hector Legault. Éste fue detenido y acusado de asesinato. Confesó de inmediato. Le dijo a la policía que había urdido un plan según el cual colocaría un aviso en La Presse y escogería a los cinco candidatos cuyas respuestas mostraran la mayor ignorancia. A cada uno le daría el trabajo y cada uno tendría que dar cierta cantidad de dinero como gesto de buena voluntad, el cual les sería devuelto en Nueva York.Legault afirmó que había sentido una tremenda urgencia de robar a Jean-Claude. Lo había golpeado en la cabeza mientras conducía el auto. Jean-Claude había sangrado profusamente y dejado de respirar. Legault había colocado el cuerpo en la maleta y condujo hasta un camino solitario. Le cortó la cabeza y los brazos a Jean-Claude con un hacha que había comprado con ese propósito. De regreso en Montreal, quemó la cabeza y los brazos en su incinerador hasta que sólo quedaron cenizas.El 17 de noviembre de 1958, Legault fue enjuiciado por el asesinato de Jean-Claude Perrault. Fue encontrado culpable y sentenciado a muerte. El 26 de febrero de 1959 fue ahorcado en una cárcel de Montreal, convirtiéndose en la última persona en ser colgada en la provincia de Quebec.
Traducción: José Peralta. ilustraciones: David Marquez. davidmarquez@cantv.netÇ
Tomado de la Revista Estampas del Universal.