martes, 13 de enero de 2009

CRÍMENES MAX HAINES

SI CONOCIAS A SUSI...
El arsénico le dio a esta mujer el poder de la vida y la muerte en dos humildes pueblos húngaros

Los pueblitos húngaros de Nagyrev y Tiszakurt son escenarios inusitados para el homicidio, pero entre 1909 y 1930 ocurrió una serie de asesinatos que causó estupor en Hungría y toda Europa. Los dos poblados son comunidades agrícolas aisladas. En invierno quedan incomunicadas por la nieve. El ferrocarril más cercano se encuentra a 40 kilómetros de distancia.
Los hombres de Nagyrev y Tiszakurt trabajaban y jugaban duro. Siempre estaban tan ebrios como una cuba por la ingesta del asqueroso vino que producían, principalmente para su propio consumo. Como esparcimiento y para elevar sus decaídos egos, a menudo maltrataban a sus esposas. Claro, eso fue antes de que Susi Olah entrara en escena en 1909.
Susi era corpulenta, de baja estatura y no muy guapa. De hecho, era una copia al carbón de la mayoría de las demás mujeres, que siempre estaban limpiando, cocinando y teniendo bebés. Susi ejercía la profesión de comadrona y sus servicios tenían mucha demanda. Su popularidad no se debía únicamente a su habilidad con las mujeres de panzas grandes.
Verán, las granjas de la zona eran pequeñas y el suelo pobre en nutrientes. En la mayoría de los casos, un campesino no podía expandir su granja debido a que las grandes propiedades de los ricos y los imponentes muros cortaban cualquier ampliación. Las leyes tampoco favorecían a los campesinos. Al morir el cabeza de familia, los hijos heredaban sólo una fracción de la tierra del padre. Claramente, mientras más hijos había, más lúgubre lucía el futuro. El embarazo no siempre era un acontecimiento feliz en Nagyrev y Tiszakurt.
Susi aumentó su popularidad cuando agregó el aborto a su repertorio. Hay que tomar en cuenta que los médicos no prestaban sus servicios en los pueblos pequeños. Ocasionalmente, cuando Susi perdía a una de sus pacientes, el único funcionario, una especie de curandero moderno, examinaba el cuerpo. Este caballero siempre atribuía la causa de la muerte a neumonía, tuberculosis, insuficiencia cardíaca y otras enfermedades comunes.
Por supuesto, esto no podía proseguir por siempre. A Susi le preocupaba el número de mujeres que morían mientras ella les practicaba un aborto. Fue entonces que tuvo su gran idea: arsénico. El maravilloso y mortal arsénico era la solución a todos sus problemas. ¿Por qué no dejar que las mujeres dieran a luz y luego envenenar a los infantes? El resultado sería exactamente el mismo de un aborto, aunque sin riesgo para la madre.
Dicho y hecho. Susi sumergía en agua trozos de papel atrapamoscas impregnados de arsénico. La solución resultante, colocada en la leche del bebé no deseado, resultaba ser mortal. El negocio prosperó. La fama de Susi como ángel de la muerte se esparció por los dos pueblos. Por muy poco dinero se podía comprar una botella de la solución y, en un abrir y cerrar de ojos, el bebé indeseado se había ido.

Ahora bien, Susi no era la única comadrona en el lugar. Sus competidoras envidiaban su éxito. Nada de qué preocuparse. Susi les explicó que no debían competir unas con otras. A fin de resolver su problema, debían dividirse el territorio. Todas concordaron en que era una magnífica idea. Se pusieron de acuerdo para reunirse nuevamente en casa de Susi.
Pocas semanas después, las comadronas se reunieron por segunda vez. Susi les sirvió té. Poco después de la reunión, una de las mujeres se enfermó y murió. Era algo curioso, pero después de cada reunión, una de las mujeres misteriosamente enfermaba y se iba al cielo. Allí acabó la competencia.

La fama y el poder de Susi aumentaron. Ella tenía esposo y un hijo. Hasta este punto, ellos prácticamente no tenían relación con la extraña historia de la partera del arsénico. Desafortunadamente, Susi se cansó de su cónyuge. Éste murió repentinamente, aparentemente de neumonía. Al hijo de Susi le olió a gato encerrado. Armado con un revólver, enfrentó a su madre en la calle principal del pueblo. Apuntó y disparó. Susi quedó ilesa mientras su hijo caía al suelo agonizante.

Los pueblerinos quedaron impresionados. Lo que no sabían era que Susi, anticipando el problema, había echado arsénico a la cena de su hijo. Dado que sufría dolores de estómago, su puntería estaba errática y, por mucha casualidad, experimentó fuertísimos dolores en el momento en que disparó. El hijo de Susi se recuperó, pero le temía tanto a su madre que huyó de la comarca y nunca regresó.

Las mujeres de los dos villorrios, que durante tanto tiempo habían sufrido, ahora contaban con una verdadera heroína. Susi se convirtió en su confidente y líder. El dominio de los hombres sobre las mujeres de estos pueblos desapareció gradualmente. Bajo la guía de Susi, un esposo indeseado era despachado fácilmente gracias a su fiel arsénico. Las esposas robustas de la localidad, antes atadas a esposos nada amorosos, se buscaban amantes. Si el esposo se oponía, una pequeña reunión con Susi usualmente resolvía el problema permanentemente. No cobraba mucho por sus servicios, normalmente una cantidad que equivaldría hoy en día a unos 25 dólares. Para las mujeres en mejor situación financiera, el precio subía a unos 200 dólares. Susi, mujer de buen corazón, entregaba su mortal mezcla gratis a las que no podían pagar.

Durante años, Susi prestó sus servicios a las mujeres del área. Los hombres morían y las mujeres se buscaban nuevos esposos y amantes. Existía una especie de hermandad, en la cual Susi hacía las veces de suma sacerdotisa. Expandió sus operaciones y dispensaba su "medicina" a las mujeres que querían deshacerse de esposos ancianos.

Por supuesto, había rumores, insinuaciones y sospechas, pero fueron olvidados a raíz del estallido de la II Guerra Mundial. Los hombres se marcharon a la guerra. Algunos murieron. Los sobrevivientes volvieron a sus pueblos. Poco después de su regreso, los soldados con graves heridas enfermaban y morían.

Las primeras noticias de la tragedia que ocurría en los pequeños pueblos llegó al mundo exterior cuando una tal señora Bulenovenski notificó que su madre de 77 años, la señora Purris, estaba desaparecida. Pocas semanas más tarde, el cuerpo de la anciana fue hallado cerca de la orilla de un río. Cerca del cadáver se encontraron huellas claramente discernibles de una carretilla. Cuando la carretilla se localizó, la misma fue relacionada con la señora Bulenovenski. Pues bien, eso fue la gota que derramó el vaso. Bulenovenski fue enjuiciada, encontrada culpable y sentenciada a cadena perpetua. Todo se había descubierto. Ahora los hombres del pueblo sabían que había fuerzas malignas presentes.

En julio de 1929, un nuevo pastor llegó al pueblo de Tiszakurt. No bien se había posesionado de su nuevo púlpito cuando escuchó rumores sobre la señora Ladislas Szabo, quien recientemente había enterrado a sus ancianos padre y tío. El pastor decidió visitarla. Él le explicó sus sospechas a la señora, quien rompió en llanto. Entre sus sollozos, le sirvió té al reverendo. Esa noche, el hombre de Dios sufrió un ataque de convulsiones. Un médico que se encontraba en el lugar de vacaciones le salvó la vida. Nunca más volvió a molestar a la señora Szabo después de eso.

Alguien que nunca ha sido identificado le informó a la policía en Szolnok, la ciudad más cercana, que la señora Szabo sin duda había asesinado a su padre y a su tío. La policía se presentó un día en Tiszakurt y la interrogó en la calle. La aterrada mujer confesó e implicó a varias otras mujeres, entre ellas Susi Olah. Las sospechosas fueron interrogadas. Cinco mujeres no soportaron la presión y confesaron. Todas fueron arrestadas.

Susi se rehusó a hablar y fue liberada. Se digirió a su pueblo y visitó a varias de sus amigas. Les dijo que guardaran silencio. Lo que Susi no sabía era que la policía la había dejado en libertad con la esperanza de que ella los condujera a otras posibles criminales. El plan funcionó. Todas las mujeres fueron detenidas. Todas salvo Susi.

Cuando la policía tocó la puerta de su casa, nadie respondió. Encontraron a la asesina múltiple en un armario. Se había ahorcado. Un total de 31 mujeres fueron enjuiciadas en Szolnok por los envenenamientos con arsénico. Los juicios tuvieron lugar durante ese verano y en la primavera de 1930. La presión fue demasiado para cinco de las acusadas. Se suicidaron. Otras fueron encontradas culpables y encarceladas de cinco a 20 años.

Hoy en día, es difícil encontrar una casa en aquellos dos poblados que no haya sido afectada por la diabólica ola de asesinatos instigada por Susi Olah.

Traducción: José Peralta, tomado de la Revista Estampas del Universal.
Ilustraciones: David Márquez. davidmarquez@cantv.net