miércoles, 26 de noviembre de 2008

CRÍMENES MAX HAINES

Dosis fatal
La señora MacFarland tenía una fuerte jaqueca, lamentablemente se tomó el remedio equivocado.

La mayoria de los implementos de asesinato requieren una mano amiga para poder convertirse en armas, pero existe el veneno.
El veneno se vale por él mismo. Trata con la muerte, pero es limpio. No hay laceraciones desagradables, ni cuartos salpicados de sangre, ni siquiera balas que deben ser buscadas para conocer al dueño del arma. Con todo lo anterior, dadas las circunstancias correctas, el asesino no necesita estar en la escena del crimen.
Para ilustrar este punto, introduzcámonos en el famoso caso del viejo Bill MacFarland que se desarrolló en Newark, Nueva Jersey, en 1911. Bill había pasado la noche del 17 de octubre en Nueva York con su hijo de seis años. Habían alquilado una habitación de hotel después de asistir a un partido. A la mañana siguiente regresaron a su casa en Newark. Bill entró en su casa y encontró a su esposa yaciendo en su cama, muerta. La hija de dos años de la pareja, Ruth, estaba jugando en el suelo con sus juguetes. Bill llamó inmediatamente al médico que llegó a la casa en cuestión de minutos. Organizó todo para que se le hiciera una autopsia, que indicó que la señora MacFarland había muerto por ingestión de cianuro.
Esta información fue dada por Bill, de 40 años, quien contó la historia simple y directamente, narrando todos los hechos acaecidos. Diez días antes de la tragedia él había traído a casa cianuro de la planta en la que trabajaba como gerente de propaganda. Había hecho una solución con el veneno para que su esposa lo utilizará para limpiar joyas y plata. Bill explicó que había cogido una botella vacía de bromuro para guardar la fatal mezcla. Y para evitar cualquier confusión, le puso una etiqueta de veneno a la botella de bromuro que contenía el cianuro. Después Bill puso la botella en el baño. Ese fue el error de Bill, quien a pesar de sus precauciones, no pudo evitar que su esposa —con una fuerte jaqueca— tomará la botella de bromuro sin mirar la etiqueta. De esa forma, ella se tomó el veneno mortal. Bill descartó el suicidio como teoría. Le contó a la policía que su mujer estaba feliz y alegre, que no tenía ninguna razón para quitarse la vida. Una cosa era cierta. Bill no había tenido que ver con la muerte de su mujer, pues estuvo en Nueva York con su hijo toda la noche. Los detectives inquisitivos investigaron el pasado de Bill para encontrar alguna pista que les condujera al asesinato. Encontraron lo que estaban buscando en la persona de Florence Bromley. Flo provenía de Filadelfia y una vez había trabajado como secretaria de Bill. La pareja había estado envuelta en un amorío durante más de dos años. Y aún peor, se habían deleitado con el pasatiempo más destructivo, la escritura de cartas. La policía confiscó varias de esas misivas, que eran tan ardientes que quemaban. Flo había expresado su amor en términos explícitos y Bill hacía lo propio con sus respuestas.
La policía, ahora armada con un motivo, dedujo una nueva teoría de cómo se podía haber producido el asesinato. Si tras mostrar la botella de veneno a su mujer, su esposa había consumido el contenido del mortal frasco, Bill podría haber quitado la etiqueta del veneno y lo habría devuelto a la botella correcta.
Bill fue arrestado y culpado por el asesinato de su esposa. Su juicio se inició el 28 de enero de 1912. Los fiscales del distrito no tuvieron dificultades para encontrar un motivo para el crimen. Se reveló que Flo había amenazado a Bill con exponerle ante sus empleados si no se divorciaba de su esposa y se casaba con ella para octubre.Se descubrió más adelante que la vida casera de Bill no era tan armoniosa como les había hecho creer a los investigadores. Su esposa sabía de su amorío con Flo y no le gustaba ni un poquito. Sin embargo, fue imposible demostrar más allá de la duda razonable, que Bill había cambiado intencionadamente las etiquetas de la botella para envenenar a su mujer.
Los abogados de Bill aprovecharon esta falla en el caso de los fiscales. Ella había sido avisada ligeramente del peligro por su marido y si moría como resultado de ingerir el veneno, de ninguna manera él habría cometido un crimen. A pesar de este argumento, el jurado, tras deliberar toda la noche, encontró a Bill culpable de asesinato en primer grado. Fue sentenciado a morir en la silla eléctrica.Los abogados defensores apelaron el veredicto basándose en que aunque no se habían leído las cartas de amor entre Flo y Bill, se las habían dado al jurado para que las leyeran durante el juicio. Las cartas expresaban amor eterno y dejaban claro que Flo no se consolaría con nada, excepto con el matrimonio. La única manera legal de cumplir con ello era divorciándose.
Nuevo juicio
Ciertamente las cartas influenciaron al jurado. Además, la defensa no había dado la oportunidad para explicar e interpretar las cartas en el juicio original. Basados en estos hechos, la decisión del jurado fue descartada el 20 de julio de 1912. Se le concedió un nuevo juicio a Bill.
Ese otoño todas las evidencias sórdidas fueron mostradas en el juicio abierto. Esta vez Bill subió al banquillo de los testigos. Admitió haber mentido a la policía en la primera investigación. Su matrimonio no era feliz. Intentó divorciarse de su mujer para casarse con Flo. Bill admitió todo pero no el asesinato. Juró que su historia original en lo referido a las botellas era verdad.
Esta vez, el jurado sintió que existía la duda razonable y declaró un veredicto de inocente.
¿Bill asesinó intencionadamente a su esposa al cambiar las botellas? Sólo Bill conoce la respuesta a esa pregunta.
Lo que nosotros sabemos es que la suerte de Bill tomó un giro mucho mejor. Unos meses después del segundo juicio, un tío murió en Inglaterra dejándole una suma de cincuenta mil dólares.
El 1º de octubre de 1913, el señor Wiliam Allison MacFarland y la señorita Florence Bromley se casaron en Niagara Falls, Nueva York.
Ilustraciones: David Márquez
Tomado de la Revista Estampas del Universal