
Era un extraño matrimonio, incluso paralos parámetros de la montaraz región de Cajun. Louis Paul Lemoine era alto y estaba erguido ante el altar. Estaba bien acicalado para la ocasión. Era el día de su boda y, aunque ello quizás no parezca nada raro, era una experiencia que él pensó que nunca viviría. Louis Lemoine no podía escuchar ni hablar.Como para compensar estas deficiencias obvias, Louis tenía una puntería certera, era un excelente cazador y un trabajador dedicado. Se ganaba la vida a duras penas en la industria maderera.Addie Mae Lavespere tenía apenas 15 años cuando se plantó frente al predicador, con su Louis de 23 años a su lado. Nunca sabremos qué pensamientos cruzaron la mente de Addie Mae ese día en el pequeño pueblo de Natchitoches, Louisiana, cuando se casó con Louis.Para un forastero, su escogencia para esposo pudiera parecer extraña, pero para la gente de campo que asistía a la boda, los motivos de su decisión no ocultaban nada. Addie Mae intentaba escapar de su hogar y de la agotadora tarea que realizaba de sol a sol: cuidar a sus muchos hermanos y hermanas.Addie Mae y Louis se mudaron de Natchitoches al área de Clouterville. Louis cortaba madera en silencio, día tras día. Su único relax eran su perro y su rifle. A menudo desaparecía varios días para estar en soledad en lo profundo del bosque. Lo que no impidió que, a medida que pasaron los años, Addie Mae tuviera siete hijos. Un día, la chica se dio cuenta de que había sustituido el trabajo pesado y aburrido de la casa de sus padres por el de su propia casa. Ella y Louis no tenían amigos ni diversiones, si excluimos el trabajo y el sexo.Addie Mae veía que otras mujeres tenían vidas mucho mejores que la suya. Asistían a fiestas, tenían amigos en sus casas y, por encima de todo, tenían alguien con quien hablar durante las largas y solitarias noches. El silencio de Louis se convirtió en algo asfixiante para Addie Mae. Tenía que escapar. Pero huir no estaba en su naturaleza. Amaba a sus hijos y se enorgullecía de su modesto hogar. Así que sentó a Louis y le explicó que quería el divorcio. Louis quedó desconcertado. Estoicamente, tomó su rifle y se internó en el bosque con su perro.Addie Mae, ya de 28 años, no estaba bromeando. Se dirigió al pueblo, estableció contacto con un abogado e inició los procedimientos para el divorcio. En 1955 se declaró el divorcio y la mujer quedó libre. Pero, ¿lo estaba realmente? Aún tenía siete hijos.No pasó mucho tiempo antes de que se diera cuenta de que su prole necesitaba un padre. La turbación que la había impulsado al divorcio ahora regresaba. Se sentía a la deriva. Todas tenían un esposo, salvo ella. La vida era distinta sin un esposo, incluso un hombre que no podía hablar ni escuchar.Addie Mae regresó a Louis, quien se sintió como en el paraíso. Haría que las cosas fueran mejor de lo que habían sido. La familia se mudó al área de Belledeau, donde Louis podría complementar sus ingresos en la industria maderera con algún trabajo recogiendo algodón. Se esforzó todo lo que pudo, pero la cosa no funcionó. En poco tiempo, Addie Mae se encontró atrapada en la misma rutina.Por otra parte, también estaban las caprichosas excursiones de Louis al bosque. El sexo por sí solo no bastaba para mantener unida a la pareja. Lo peor: Addie Mae se había divorciado, pero seguía, de alguna manera, casada. Llegó a la conclusión de que nunca estaría libre en tanto Louis viviera.Ahora tenía 35 años; había estado legalmente casada durante 13 años y divorciada desde hacía siete. Había visto a varios de sus hijos crecer y convertirse en jóvenes adultos. Todo había cambiado, pero al mismo tiempo nada había cambiado. Aún estaba Louis. La idea de su muerte se convirtió en una obsesión.

El alguacil llevó la carta al fiscal general, quien estuvo de acuerdo en que no hacía falta ser un experto para ver que Addie Mae le había escrito la carta a su hijo. Acompañado por el fiscal general, el alguacil condujo hasta la casa de Addie Mae. Advirtió que su máquina de lavar estaba en el porche de la vivienda, en lugar del cobertizo, donde usualmente estaba.Como si anticipara la pregunta, Addie Mae explicó que hacía tanto calor que llevó la lavadora al porche. Los dos hombres sacaron la carta incriminatoria e informaron a Addie Mae que establecerían contacto con quien la había escrito en Baton Rouge.Addie Mae se puso blanca, pero mantuvo su compostura y comentó: "Eso no será necesario. Creo que ya saben lo que les dirán. La carta que recibió mi hijo no dice que Louis estuviera en Baton Rouge. La carta que le mostré al alguacil la escribí yo. Quería que todos pensaran que mi esposo aún estaba vivo". Luego señaló hacia el cobertizo y continuó: "Encontrarán a Louis allí, debajo del piso. Lo puse en su tumba el día después del domingo de Pascua, después de que le disparé".Addie Mae fue llevada a Marksville, donde fue acusada del asesinato de su esposo. El alguacil y algunos obreros se dirigieron a la casa de los Lemoine, donde desenterraron a Louis, que estaba a poco más de medio metro de profundidad. El cuerpo había sido envuelto en varias sábanas y cobijas. Había un enorme hoyo debajo de la oreja izquierda de la víctima.En su celda, Addie Mae escribió una detallada confesión: "Caminé hacia la cama en que estaba Louis, puse el cañón de la pistola cerca de su cabeza y halé del gatillo. Luego salí corriendo de la casa y me detuve en unos arbustos. Pensaba dispararme, pero perdí el valor".Addie Mae descubrió a continuación cómo preparó el cuerpo, lo llevó hasta el cobertizo y lo enterró. Luego de un examen, se determinó que Addie Mae estaba cuerda. El 15 de octubre de 1962 fue enjuiciada por el asesinato de su esposo. A última hora, su abogado dijo que su defendida se declaraba culpable del cargo, sin pena capital. El tribunal aceptó la declaración y fue sentenciada a cadena perpetua.Addie Mae Lemoine recibió libertad bajo palabra el 1° de diciembre de 1970. Las autoridades de la prisión me dijeron que desde entonces ella ha llevado una vida ejemplar. Le dieron su libertad plena el 26 de noviembre de 1986.
Traducción: José Peralta.
Ilustraciones: David Márquez. davidmarquez@cantv.net
Traducción: José Peralta.
Ilustraciones: David Márquez. davidmarquez@cantv.net
Tomado de la Revista Estampas del Universal
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